martes, 10 de enero de 2012

Menú para el día de ayuno

Por: Raúl Mondragón P.


En recientes días fue “Día Mundial de Ayuno”. ¡Ayuno! Esta palabra puede ser difícil de entender; pero cuando agregamos “Día de ayuno”, el resultado puede ser abrumador. Para muchos la combinación de estas palabras asusta un poco y más si eres generoso y puntual en tus alimentos. Suena como a “huelga de hambre o día de hambruna”.


El Diccionario de la Real Academia española lo define como: “Manera de mortificación por precepto eclesiástico o por devoción, la cual consiste sustancialmente en no hacer más que una comida al día, absteniéndose por lo regular de ciertos alimentos”. En síntesis ayuno, significa abstenerse de alimentos.

La idea de sacrificio voluntario parecería muy rara en nuestra cultura de gratificación y placer; pero para ser honestos hay miles de personas que ayunan. Unos ayunan para perder peso y otros por razones religiosas como los hindús, musulmanes y claro esta los cristianos.

Los adventistas especialmente han usado el ayuno básicamente de dos maneras: 1. Para ayudar al cuerpo físicamente en “algunos” casos de enfermedad, y 2. En conexión con la oración cuando necesitan ayuda especial. Aquí vale la pena revisar cual es nuestro concepto de oración, ya que si vemos a Dios como un supermercado, y al ayuno como un mero sacrificio, para obtener “ayuda especial” estaremos presuponiendo que hay méritos en el acto mismo de orar y ayunar, y eso en un completo absurdo, si entendemos claramente lo que la Biblia enseña al respecto.

Día de Ayuno
¿Pero en que consiste un día de ayuno? Básicamente es un “sábado” destinado para tal efecto, en el que se desarrollaran una serie de actividades a manera de seminario, dentro de la iglesia. El meollo de todo este asunto, es invertir el tiempo, que comúnmente se dedicaría a comer y “descansar”, para la alabanza y reflexión en la Palabra de Dios.

Hasta aquí se notara claramente que hay abstención de alimentos; pero no se preocupe “porque no solo de pan vive el hombre”. Y justamente es en este punto donde encuentro cierta peculiaridad, ya que de este ejercicio “espiritual” (que lo es solo en apariencia y en el papel del programa). Se convierte en todo un bufete de alimentos, (metafóricamente hablando), lo cual demerita, desde mi punto de vista, todo intento bien intencionado.

Prolijas definiciones.
El menú para degustar comienza con exuberancia de definiciones. Es un día para empalagarse con la superabundancia, en la tesis acerca de lo que es el ayuno, y para qué nos sirve; aunque en la mayoría de las ocasiones está supeditada a lo que el autor de los sermones y/o temas dice y cree acerca del asunto. Y qué decir acerca del raudal de versículos, que parecen sacados exhaustivamente de una concordancia Bíblica y, tristemente puestos a capricho, para dar sentido al desarrollo los “temas”. Es más bien un acto de imposición que de enseñanza Bíblica, por tantos versículos fuera de su contexto.

Rito.
Es un día diseñado paso a paso, o mejor dicho tema tras tema. De los expositores no tenemos que preocuparnos, pues ellos se esfuerzan por desarrollar el “tema” tal y como lo marcan las copias fotostáticas, que le fueron asignadas (mismas que fueron entregadas puntualmente, apenas y, en el mejor de los casos el viernes anterior al programa de ayuno). Y cual Cristiano repetirá todos los versos de Cyrano de Bergerac. Por supuesto que en este caso el resultado de esto es muy diferente, al de la obra teatral referida (Acto III para robar un beso de Roxana [1 ]) . Pues más bien produce una sensación de reflexiones insípidas y carentes de significado, puesto que lo trasmitido procede muchas veces de una realidad muy diferente de lo que la congregación está viviendo.

La monotonía, cual guarnición en el plato fuerte, hace su aparición, como en casi todas nuestras reuniones. Hasta cuando entenderemos que necesitamos más obra social y menos reuniones. Meternos en los templos, no nos hace eficientes, en la misión de dar esperanza a un mundo que la necesita urgentemente. Acaso no hemos leído cientos de veces Isaías 58:6-7.

"¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis los yugos?¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?"

Está muy claro, cual es el ayuno verdadero, y difiere mucho del acto ritual, al que nos hemos amoldado.

Criticas acervas.
Siempre me ha llamado la atención la falta de asistencia e interés en esta actividad en particular. Son entendibles muchas de las excusas para no participar en el programa, debido a que se trata de abstención, y no todos están en condiciones. Deberíamos ser más sensibles a esto y tolerantes, pero ¿realmente quienes participan? Y ¿cómo se debe participar? La respuesta por desgracia es muy simple. Lo hacen solo y casi exclusivamente, los familiares de los que tienen que ver, con la exposición o la alabanza.

Y es que solo hay dos maneras de involucrarse en esta actividad: 1. Se te asigna un tema y/ o alabas al Señor (mediante el canto). 2. Eres un espectador silente que se mantiene con sorbitos de agua cada en cuando (en el mejor de los escenarios) o con un chirrido intestinal oscilatorio, flemáticamente sentado en tu lugar ¿tú eliges?

Seamos francos nadie se queda solo observando, hay que hacer algo. Esta es la parte favorita de todo el menú, ya que uno puede llegar a este plato intempestivamente, sin haber probado ni siquiera un canapé. Y es que se puede comenzar a juzgar y criticar desde el hermano que leyó el misionero, hasta el maestro de escuela sabática, o cualquiera de los ponentes.

Por cierto ¿A quién se le ocurrió eso de los repasos generales? No es más que un sinónimo de: “hay poco tiempo para el repaso y el programa debe continuar” o “no hay maestros”. Necesitamos aprender que es un repaso, y que el propósito de una clase, es aportar al conocimiento y en el afán de aprender, se puede disentir; esto puede ser llevado en un ambiente de respeto y llega a ser muy didáctico. Pero muchos han creído que se trata de dar un sermón de 30 minutos, con la excusa: ¡Es que los hermanos no estudian! No encuentro la lógica, pues si no estudiaron; entonces incentiva, enseña, aporta y no sermones.

Como se puede notar realmente se puede saciar de este platillo, es abundante, y claro existe la opción de regresar por más cada día de la semana posterior, ya que lo puedes llevar en la memoria, el tiempo que quieras; pero ten cuidado porque te puede empachar. Y es que el resultado de aquel que se la vive criticando y juzgando a los demás, es convertirse en un perfeccionista amargado.

Conclusión.
¿Hay que ayunar? Claro que si, en Mateo 6:16 Jesús declara: “Cuando ayunéis”, no dice: “Si piensas ayunar”; es decir lo da por hecho. Y prosigue en los versos 17-18 con recomendaciones, que en su contexto dicen claramente: “Hazlo en secreto a tu Padre”.

Por lo tanto, entiendo que el “ayuno” es:
1. Un acto voluntario. No se puede realizar por decreto de Medo y Persia; es decir por imposición; y no es que demerite los esfuerzos, pero esto no puede, ni debe ser impuesto.

2. Algo personal y de carácter privado. El mismo Jesucristo lo menciono. Al hacer la invitación a la congregación sería más apropiado, de acuerdo a mi cosmovisión, que se practicara en “secreto” y punto, porque es para mí beneficio espiritual y no el colectivo. Como se ha practicado “congregacionalmente” me suena a vanagloria.

El ayuno bíblico es más de abstenerse de alimentos, es en sí, un arma poderosa para romper yugos y cadenas de intolerancia y orgullo. No es pasar hambre, es para ser sensibles a" la Voz de Dios"; es decir, nos ayuda a tener claridad de pensamiento y la capacidad de concentrarnos en su Palabra. Es para aquel que se quiere perder en su presencia, solo con esto dicho, el ayuno es para el que se siente débil y necesita recobrar fuerzas! Como lo decía apropiadamente Agustín de Hipona: “Fundamentalmente el ayuno no es cuestión de estómago sino de corazón"




[1]. Cyrano de Bergerac es una obra escrita por Edmond Rostand en 1897

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