miércoles, 25 de abril de 2012

NADIE DA LO QUE NO TIENE

Por: Raúl Mondragón
Cuando observamos a nuestro alrededor  notamos  sin gran dificultad, falta de moral, conductas atroces de maldad, incluso se puede percibir, que prevalece una filosofía egoísmo y crueldad por doquier. No obstante de igual forma,en diametral oposición, observamos que hay personas que entiende que es malo perjudicar a los demás, que es bueno prestarles ayuda,  incluso hay quien es capaz de  “ponerse en lugar del otro” y, en términos básicos pagar un costo personal para ayudar a otros. A esto popularmente se le nombra “hacer el bien”, o en términos más “técnicos” altruismo [1]. Pero ¿cuál es el origen de esa bondad o altruismo?; ¿Es parte inherente de la naturaleza? ¿Se manifiesta solo en unos  y otros no? 

¿Personalidad o educación?
La idea del filósofo Augusto Comte , padre del positivismo, fue aportar un término opuesto al egoísmo. Es muy interesante que el término egoísmo se haya forjado en un contexto religioso, como nombre de un vicio, y el de altruismo lo haya sido en un contexto ateo y además político[1]. Pero curiosamente esta palabra trascendió del ámbito de la filosofía para pasar al lenguaje común, al que se integró con el sentido que les había dado el cristianismo a la palabra “caridad”.
Un buen ejemplo de altruismo lo encontramos en la conocida “Parábola del Buen Samaritano” (Lucas 10: 25-37). En base a ella podríamos decir que el comportamiento altruista depende de las influencias de la situación y de las variables de personalidad de quienes se encuentran en tales contextos.
En el estudio de la parábola del buen samaritano ni siquiera aquellos participantes con creencias religiosas firmes se detuvieron a ayudar a la víctima cuando tenían prisa por cruzar el campo. Pero ¿qué ocurre si la situación es más corriente? ¿Aflorarían estas diferencias de personalidad si la situación no restringiera nuestras acciones? 
En un intento por dar con las respuestas, Gustavo Carlo y sus colaboradores  aplicaron una serie de mediciones de personalidad relacionadas con el altruismo a varios universitarios unas semanas antes de que participaran en un experimento de ayuda. Demostraron que las personas con ciertas características de personalidad tienen más probabilidades de ayudar cuando la situación no lo exige; sin embargo, las circunstancias en que se necesita auxilio tienen un efecto poderoso sobre la percepción de los actos que convienen para el caso.  Aquí se destaca la “Teorías del intercambio social” ; que postula que cada vez que interactuamos con alguien debemos pagar ciertos costos y se producen ciertas gratificaciones. Según Worchel , una de las recompensas que recibe por sus actos quien ayuda es un aumento en la sensación de poder. El costo para el receptor es una mayor sensación de impotencia, pues está obligado a dar las gracias por su dependencia.

El gen de la bondad
Pero, ¿cuál es el origen de esa bondad o altruismo?, ¿es fruto de nuestra educación moral, religiosa, o de valores personales adquiridos en nuestra historia personal? o ¿forman, quizá, parte de nuestra biología, es decir nuestra propia naturaleza?
El neurobiólogo Franz de Waal  declara: “La atención a los necesitados no es un comportamiento exclusivo de nuestra especie”; de hecho Un psicobiólogo de la Universidad de Harvard, Marc Hauser, sostiene el carácter innato de la moral; o sea, la existencia de unos principios universales que permiten a todo ser humano distinguir entre el bien y el mal. Pareciera algo que no pudiera ser favorecido por la selección natural, pero ocurre.
Por ejemplo el famoso Darwin mismo tuvo muchos problemas a la hora de integrar en su teoría, los actos de cooperación o “bondad” (lo que podríamos denominar altruismo) que se observaban en la naturaleza; como los de ciertas aves acuáticas que cuidan junto a sus propias crías a polluelos jóvenes que han perdido a sus padres, la crianza cooperativa en los monos titís, las guarderías de crías en los loros, elefantes, cachalotes y delfines, el comportamiento de cuidado de las cigüeñas hacia sus padres cuando ya están viejos, el caso del pájaro carpintero que cuando el cazador mata a alguno de ellos revolotea lanzando gritos a pesar de la posibilidad de también morir en el acto o de los varamientos masivos de ballenas piloto que mueren en grupo con tal de acompañar y no dejar morir en soledad a un individuo enfermo, como el de los delfines que defienden a lobos marinos e incluso a seres humanos de los tiburones, en fin existen numerosos ejemplos.
No obstante, para el famoso biólogo evolucionista Richard Dawkins todos los casos descritos como altruismo, se han interpretado erróneamente pues estos no se dan según la creencia popular, donde un individuo se sacrifica por el bien de la especie sino que, por el contrario, lo hace realmente por el bien del “gen”; es decir simple selección natural.[2] De ahí  acuño el término “gen egoísta” para explicar el motor de los comportamientos en el reino animal. En última instancia los organismos son meras máquinas de supervivencia para genes “la gallina no es más que el medio en que los huevos se reproducen”.
Parece muy contundente y frio, sin embargo William D. Hamilton resolvió el problema del altruismo estudiando ejemplos del mismo en insectos sociales tales como el de las abejas y avispas, que se sacrifican en defensa de sus colmenas, o el de las hormigas estériles, que sacrifican su reproducción en pro de la de su reina; y concluye que el altruismo no es incompatible con la metáfora del gen egoísta; es decir el comportamiento “altruista” proporciona un beneficio a la especie. En términos más simples y tomando la famosa frase del evolucionista Haldane : “No me tiraré al río para salvar a un hermano, pero sí para salvar a dos. Tampoco me tiraré para salvar a dos primos, pero sí para salvar a ocho”.  La razón, explican los biólogos, es que se necesita salvar al menos a dos hermanos para tener cierta probabilidad de salvar toda su carga genética, ya que cada uno aporta solo el 50%; igualmente, se necesitan por lo menos ocho primos para tener completa su carga genética con alguna probabilidad”.  Pero específicamente cuando se trata del ser humano muchos se resisten a aceptar esta visión altruista “utilitaria”; imagine a  cinco parientes suyos, enfermos en espera de un trasplante de riñón, ¿a quién se lo daría?
 Por ello pocos hablarían de “verdadero altruismo” en los animales, considerándola una capacidad genuina del ser humano. Pero entonces como explicarían casos como el de una gorila que rescató a un niño de tres años que cayó dentro de su jaula en el zoológico o el de los delfines que han rescatado a náufragos y los han regresado a la costa sanos y salvos. Por tanto el altruismo, no solamente se da entre parientes sino también entre individuos no emparentados e incluso entre individuos de distintas especies. .
Frente a esto algunos defienden que es propio de la especie humana actuar sin esperar una recompensa a cambio, en parte por el mero “placer” de hacerlo, por ejemplo; cedemos el asiento en el autobús a una persona anciana o embarazada o hacemos donaciones anónimas para obras de caridad sin otra gratificación que una mera sensación de placer, lo que denominaríamos como compasión o caridad.
En un experimento llevado a cabo recientemente por F. Warneken y colaboradores, se presenta evidencia sobre el desarrollo de la “facultad altruista” en el ser humano alrededor de los 18 meses de edad. El experimento que llevó a cabo consistía en situar a niños ante la siguiente escena: el experimentador realizaba una tarea cotidiana tal como colgar ropa mojada en una cuerda y dejaba caer accidentalmente una pinza de la ropa. Los niños a partir de los 18 meses, pero no antes, miraban la cara del experimentador que miraba a su vez a la pinza caída, gateaban rápidamente y tomaban el objeto, poniéndose de pie torpemente para finalmente entregárselo. Una y otra vez, cuando al experimentador, que ni pedía ni agradecía el gesto de los niños, se le caía cualquier objeto, derribaba sin querer una pila de libros o perdía el lápiz con el que iba a escribir, cada uno de los niños respondió en pocos segundos. Ahora bien, si esto mismo le ocurría al experimentador de forma intencionada: tiraba la pinza o la pila de libros, los niños dejaban de prestar ayuda. Parece, por tanto, que para ser altruista, el bebé debe poseer la capacidad de comprender los objetivos ajenos, además de la “motivación prosocial”, es decir, el deseo de mantener relaciones sociales. Estos mismos experimentadores sometieron a chimpancés de 3 o 4 años a un estudio similar en el que también tenían que hallar y devolver objetos “perdidos” por un ser humano. A diferencia de los niños, los simios solamente ayudaron si se les pedía que recogieran un objeto caído, y no con la prontitud ni espontaneidad exhibida por los niños y tampoco si la tarea era más compleja como, por ejemplo, si había que buscar el objeto en una caja. Parece, por tanto, que los chimpancés pueden exhibir una conducta de colaboración hacia otros pero no por las mismas razones “solidarias” que motivan a los bebés humanos. Hay evidencias acerca de cómo la conducta de ayuda viene motivada por gratificaciones como la satisfacción personal podríamos llamarle “narcicismo”[3], la evitación de la pena o de la culpa y la evitación de la angustia.
Considerando lo anterior el altruismo, busca el beneficio de la otra persona, en este sentido, esto parece ser que se produce por empatía entre los sentimientos de la otra persona y los propios.[4]
El vínculo entre empatía y altruismo no descarta otras motivaciones para actuar de forma servicial.  Franz de Wall dice: “La empatía es básicamente una capacidad neutral, la empatía significa que yo estoy conectado con tus sentimientos, y te entiendo hasta cierto punto, mientras que la simpatía tiene más que ver con la acción. Soy sensible a tu situación, pero también quiero mejorarla. Por tanto, la simpatía es casi siempre algo positivo. La empatía puede ser algo negativo”.[5]  A finales de la década de los noventa se inició un nuevo debate sobre la conducta altruista, teniendo como foco de atención el concepto de unidad. Caildini, Brown, Lewis, Luce y Neuberg (1997) consideran que sentir empatía por alguien produce una unión entre el "yo propio" y el "yo del otro", a esta interrelación la denominaron unidad. Cialdini y sus colaboradores (1997) creen que, cuando se logra la unidad, ayudar a la otra persona es equivalente a hacer algo positivo por uno mismo. 


En este sentido es interesante el descubrimiento por psicólogos israelíes del primer gen vinculado al comportamiento altruista, sustenta el hecho de que el acto de ayudar y la sensación de placer que sentimos asociada a esta acción vienen influenciados genéticamente. Parece ser que este gen es responsable, entre otras cosas, de sensibilizar los receptores del neurotransmisor dopamina, lo que genera en el cerebro la sensación de bienestar. La dopamina podría jugar, de esta forma, un papel esencial en el comportamiento social: las personas predispuestas genéticamente al altruismo harían buenas obras porque se sienten mejor a través de sus actos positivos. Dawkins, por su parte, considera que “sólo el hombre puede rebelarse contra la tiranía de los replicadores egoístas, gracias al poder de la razón y a los valores creados y reforzados por la cultura”. En esta reflexión, acuña el concepto de meme o agente responsable de la transmisión cultural humana, análogo al concepto de gen, y sujeto, pues, a las mismas reglas básicas evolutivas y, por ende, al egoísmo entre ellas. Pero si la cultura en sí misma es también un producto posibilitado por los genes, no solamente el egoísmo, sino los valores morales, como el ayudar al prójimo, podrían tener una raíz biológica.


Conclusión
Parece existir evidencia de que los actos de generosidad humana no son necesariamente productos netos de una moralidad de origen consensual o religioso, sino que pueden tener profundas raíces biológicas en la información almacenada por miles de años en nuestros genes. Por lo tanto, más que ser productos de la razón humana, muchas veces están sustentadas en mecanismos que operan inconsciente y hasta automáticamente, pero finalmente la cultura, a través de la educación, tendrán un peso determinante, dando fuerza y expresando nuestros genes y memes egoístas o potenciando la información genética de nuestros genes y memes altruistas.  Son evidentes  principios morales universales  innatos tales como: Narcicismo, Empatía y Compasión. Evidentemente aquel que diseño el  cuerpo humano; a decir Dios, incorporo estos principios al ser humano después de todo nadie da lo que no tiene o dicho en otros términos  aplicando el principio bíblico registrado en Lucas 7:47 “Por esto te digo que sus muchos pecados son perdonados, porque amo mucho; pero la persona a quien poco se le perdona, poco amor muestra”

Referencias.



[1]El término altruismo (altruisme en francés), lo forjó el filósofo Augusto Comte (1798-1857)padre del positivismo, y básicamente lo definió como: Diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.
[2] En un principio el altruismo no era generosidad hacia los otros, sino interés propio en el otro.
[3] Hay que entender que bajo la teoría de la selección natural un gen que codifique un carácter que mejore la eficacia biológica  de los individuos que lo porten debería aumentar su frecuencia en la población. Y, a la inversa, un gen que disminuya la eficacia biológica individual de sus portadores debería ser eliminado. En este contexto fue el biólogo evolucionista
[4] Andrew P. Morrison, profesor de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de Harvard, defiende que en los adultos, una razonable cantidad de narcisismo sano permite balancear la percepción individual de las propias necesidades en relación con los otros.

[4] La hipótesis del altruismo y la empatía. Postula que la empatía da origen al altruismo, y que esta es solo una razón de que ayudemos.
[5] Franz de Wall

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